En agosto de 2015, un hombre intenta apagar un fuego cerca del río Pardo, en la Amazonía. Credit Nacho Doce/Reuters
Por CHRIS FELICIANO ARNOLD 

CONCORD, California — En el transcurso de catorce años, el bosque tropical de la Amazonía sufrió las tres peores sequías en cien años. En 2005 y 2010, la superficie del océano alcanzó temperaturas inusualmente elevadas, por lo que se debilitaron los vientos alisios, que ayudan a llevar humedad a la región. Entre 2015 y 2016, a consecuencia de la combinación de factores oceánicos con los efectos de la deforestación y el calentamiento inducido por carbono, se produjo una sequía todavía más intensa.

Los datos recopilados en toda la cuenca del Amazonas —de satélites, estudios aéreos y torres de flujo atmosférico— presagian sequías más prolongadas y frecuentes para las décadas siguientes. El bosque tropical, que por lo regular es muy resistente, tendrá menos tiempo para recuperarse entre las épocas de sequía. Para el final de este siglo, las temperaturas cada vez más altas de la región podrían alcanzar niveles inéditos desde hace diez millones de años y, por ello, desestabilizar un ecosistema que desempeña un papel central en la regulación del clima global.

Como los científicos han observado en otras áreas de nuestro cada día más caliente planeta, paisajes extensos pueden cambiar a tasas alarmantes y eso ha generado consecuencias globales. Las capas de hielo pueden fundirse con el océano. El permafrost puede dejar de ser permanente. Los bosques tropicales se pueden quemar hasta quedar reducidos a pastizales.

Hasta hace poco, los científicos creían que los bosques tropicales eran prácticamente inmunes al fuego. Es raro que caigan rayos si no hay lluvia. Con el propósito de transformar bosques maduros en tierra fértil de cultivo, los agricultores que usan el sistema de roza, tumba y quema provocan la mayoría de los incendios de la Amazonía. Otros incendios son accidentales y se originan por la presencia de escombros inflamables en los sitios de tala o, incluso, por cigarrillos. En años normales, esos incendios se extinguen de manera natural cuando comienza a llover.

Pero cuando no llueve, esos incendios quedan fuera de control.

Los incendios del Amazonas no son los infiernos descomunales que hemos visto en el oeste de Estados Unidos, pero a largo plazo pueden resultar aún más destructivos. Un incendio típico en un bosque tropical se extiende por el sotobosque —la zona boscosa que crece más cerca del suelo— y puede durar meses, muchas veces sin siquiera ser detectado. Cuando las llamas afectan árboles más altos, se abren huecos en el dosel arbóreo —la región superior de los bosques, conformada por las copas de los árboles— y algunos tramos del suelo quedan expuestos a la luz solar. Esto ocasiona que la vegetación y las hojas se sequen y se conviertan en nuevo combustible para alimentar el fuego. A diferencia de los incendios forestales en el oeste estadounidense, en los que una vez termina el fuego se reduce el riesgo de incendio en los años siguientes, los que ocurren en el bosque tropical crean condiciones favorables para incendios todavía más extensos.

Los incendios del Amazonas no son los infiernos descomunales que hemos visto en el oeste de Estados Unidos, pero a largo plazo pueden resultar aún más destructivos.

Un aspecto aún más preocupante es que, a medida que se prolongan e intensifican las sequías en la Amazonía, también se extiende la temporada de incendios. La NASA calcula que entre 1999 y 2010 se quemó casi el tres por ciento de la Amazonía. Durante los años en los que se registraron más incendios de sotobosque, el área de bosque quemado superó la extensión de terrenos afectados por la deforestación y la agricultura.

En años de sequía, la catástrofe que representa el cambio climático se agrava debido a las consecuencias de la deforestación. Si los incendios se generaran en el centro del bosque tropical, los claros quemados podrían recuperarse naturalmente en el lapso de una generación; pero, por desgracia, la práctica agrícola de roza, tumba y quema por lo regular se emplea en las orillas del Amazonas. Esa superficie quemada después se utiliza para el pastoreo, por lo que es muy poco probable que se recupere como territorio de bosque tropical.

Conforme se reduce la extensión del bosque, también disminuye la precipitación. Una menor precipitación, a su vez, provoca que se produzcan sequías más graves. Si las sequías son más prolongadas y severas, los bosques se fragmentan y se vuelven más vulnerables a los incendios, y más carbono es liberado a través de las llamas.

Se trata de un terrible círculo vicioso, tanto para las millones de personas que viven en el mayor bosque tropical del mundo como para los miles de millones de habitantes del planeta que dependen de su biodiversidad, producción de agua dulce y absorción de carbono. En años normales, los siete millones de kilómetros cuadrados de bosque tropical de la Amazonía actúan como una aspiradora natural de carbono, pues absorben más del que producen. Pero en años de sequía, al reducirse el ritmo de crecimiento de la vegetación y morir los árboles, baja esta tasa de absorción. Por lo tanto, la Amazonía no solo no puede cumplir sus funciones como pulmón del planeta, sino que se transforma en una fuente de emisiones de carbono. Y, además, los efectos de las sequías graves pueden persistir durante varios años.

Quizá sea muy tarde para detener el calentamiento global, pero no para controlar la diseminación de los incendios. Existen tres medidas importantes que podrían aplicar los líderes de la región.

En primer lugar, los gobiernos necesitan información completa sobre la compleja dinámica que se establece entre la sequía, los incendios y la deforestación. Algunos dirigentes en Brasil han dicho que se cumplieron las metas de carbono establecidas en el Acuerdo de París tres años antes de lo esperado. Sin embargo, se basan en datos sobre las emisiones de carbono que no consideran el debilitamiento del bosque por la explotación forestal ni las emisiones de carbono derivadas del fuego. Un estudio reciente demuestra que las emisiones de carbono producidas por los incendios forestales equivalen a la mitad de las que genera la deforestación.

Zonas del territorio de la comunidad indígena Munduruku en la Amazonía han sido destruidas por tala y minería ilegal. Miembros de la comunidad decidieron recorrer un largo trayecto para confrontar y expulsar a mineros ilegales. Credit Meridith Kohut para The New York Times

Con datos más completos, los gobiernos que tienen en sus territorios una parte de la Amazonía podrían monitorear mejor el espectro completo de riesgos que amenazan al bosque tropical. Las políticas actuales se concentran casi por completo en reducir la deforestación. Los mandatarios de la región necesitan pronósticos, planes y recursos similares para responder a la sequía y los incendios.

El cambio climático amplifica las consecuencias de la actividad humana y amenaza a una fuente crucial de biodiversidad, agua dulce y oxígeno del mundo.

Esos planes pueden incluir mejores normas y una mejor aplicación de ellas para determinar dónde, cuándo y cómo se pueden utilizar el fuego, de tal forma que se respeten las economías de las comunidades locales que dependen de la agricultura de subsistencia. En áreas de alto riesgo a las orillas del bosque, los estados y municipios podrían capacitar a más grupos de control de incendios para que sean capaces de contener los incendios antes de que se salgan de control. En cuanto a las reservas del bosque, más al interior, los grupos indígenas han demostrado ser los custodios más eficaces de la Amazonía, pero necesitan equipamiento adecuado y financiamiento para proteger sus territorios de incendios masivos provocados por los agricultores en las fronteras.

Desde 1970, más de una quinta parte del bosque tropical ha sido destruida por la explotación forestal y las actividades agrícolas. Ahora, el cambio climático amplifica las consecuencias de la actividad humana y amenaza a una fuente crucial de biodiversidad, agua dulce y oxígeno del mundo.

En el siglo XXI, proteger lo que queda del bosque tropical de la Amazonía no se limita a expulsar a las excavadoras, sino que exige combatir los incendios.

Chris Feliciano Arnold es autor de “The Third Bank of the River: Power and Survival in the Twenty-First Century Amazon”.

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