Muchas personas se creen que el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha era un viejo loco y decrépito; un anciano que apenas podía con su alma. Esa imagen se la debemos en parte a Gustave Doré, el primero que ilustrara la obra y que imaginó a nuestro héroe mucho más viejo de lo que es. A esto hay que sumarle que en España, don Fernando Rey, a la edad de 73 años, hace un Quijote magistral para Televisión Española. Pero Cervantes también tiene culpa, porque el Quijote se comporta como un viejo loco, idealista, fiel a su amor inalcanzable; un caballero al que en batalla ya le pesan los años. Pero a don Miguel de Cervantes todo le vamos a excusar. Era principios del siglo XVII, y para ese entonces la esperanza de vida de una persona eran los 40 o 45 años; don Quijote entonces ya estaba viviendo de prestado. Y es que dice Cervantes sobre el Caballero de la Triste Figura: “Ya Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”. Sí, para esa época don Quijote ya era un viejo.

Frisaba los 50 años don Quijote y una mañana decidió salir de su hacienda para “desfacer agravios y enderezar entuertos”. La verdad es que el hidalgo quiso aventuras. No se sabe de su vida amorosa en los años mozos; lo podríamos suponer. Era soltero, no tenía hijos, vivía con una sobrina y una ama que le hacía los quehaceres. Se la pasaba leyendo novelas de caballerías, y de vez en cuando se asomaba a las porquerizas para espiar a una moza rústica llamada Aldonza Lorenzo. El amor no debió estar insistiendo en su puerta con golpes de pasión. Es comprensible entonces que Alonso Quijano, harto de esos 50 años de monotonía, que bien aderezaba con horas interminables de lectura, decidiera a esa edad convertirse en don Quijote de la Mancha, para así aspirar a una ilusión, a un ideal, a una amada. Dulcinea del Toboso la llamó, porque si Calixto tenía a su Melibea (miel), por qué él no iba a tener a su Dulcinea (dulce).

Frisaba los 50 años don Quijote y aunque en su primera salida imaginó que regresaría victorioso, la verdad es que regresó apaleado en el lomo de una mula, y eso porque un vecino lo encontró tirado al pie del camino. Pero esa derrota no desalentó a don Quijote, mucho menos que le quemaran a discreción sus libros. Se consiguió entonces a un escudero, un hombre rústico de familia pobre, con una esposa ingenua que se llamaba Juana. Bastó con decirle que lo haría gobernante de una ínsula; ante esa promesa, ¿quién le diría que no? La llegada del escudero agiganta la obra que Cervantes tenía en ciernes. Sin Sancho Panza El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha sólo hubiera sido una “novela ejemplar”. Con Sancho en el relato la obra se magnifica y se convierte en la novela suprema, todavía no superada.

Las aventuras de don Quijote y Sancho no tienen comparación. Batallaron contra gigantes de grandes brazos que resultaron ser molinos de viento; liberaron a hombres que iban presos en contra de su voluntad, que resultaron ser galeotes, delincuentes que agradecieron el gesto, apedreándolos; durmieron en castillos que resultaron ser ventas; fueron galantes con princesas que terminaron siendo putas; bebieron brebajes mágicos que resultaron ser purgas; consiguieron yelmos de oro, que terminaron siendo bacías de barbero; consolaron a los locos, que terminaron siendo poetas; recibieron un gobierno, que terminó siendo una Ínsula Barataria; fueron fieles a sus damas, que terminaron siendo una ilusión.

Todo eso y más vivió don Quijote a la edad de 50 años. Todo eso y más también quiero vivirlo yo, a esta edad, que es la edad de don Quijote. No importa que me llamen viejo, no importa que me llamen idealista, no importa que me llamen necio, no importa que me digan loco.

No me importaría, como don Quijote, sufrir derrotas, sufrir desilusiones, no me importaría decirle al final a mi héroe, como lo hiciera León Felipe, “hazme un sitio en tu montura,/caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura/que yo también voy cargado/de amargura/y no puedo batallar”.

Frisaba don Quijote los 50 años, que no es la mitad de una vida, es toda una vida; lo confieso.

 

Armando Ortiz                                                                      aortiz52@hotmail.com

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