Margarito Escudero Luis
Son noches calientes las que se viven en el sur de Veracruz, temperaturas que llegan a los 47 grados Celsius, según nos dicen, como sensación térmica.
Agobiante calor soportado por los ciudadanos sureños, víctimas del cambio climático.
Pero eso no es noticia, el hecho de que ni el aire nos busque para refrescarnos, a nadie le interesa, de alguna manera, todos los habitantes de este planeta tendremos que pagar nuestra cuota por la indiferencia que le prestamos al clima.
Pero este sur de Veracruz, especialmente Coatzacoalcos, se gana las ocho columnas en el mundo entero por la saña conque se matan a sus ciudadanos.
La historia se repitió en el Puerto. Apenas hace cuatro meses, un ataque similar ocurrió en Minatitlán, donde perdieron la vida 13 personas y otras quedaron heridas; justo a dos días de que llegara el presidente del país.
Con días de diferencia, el asesinato de 27 personas ocurre luego del anuncia de una nueva visita presidencial a la entidad veracruzana.
El modus operandi de los asesinos fue el mismo de aquel 19 de abril, viernes santo, en la palapa Los Potros de la colonia Obrera.
Los asesinos buscaban a alguien y dispararon a muchos, sin remordimientos, con todas las agravantes, alevosía, ventaja y premeditación, le agregamos cobardía.
Lo mismo sucedió en el bar.
No hay respeto por la vida, ni siquiera la propia de los criminales. Adoradores de la santa muerte llegan a matar o morir y el que dispara primero tiene toda la ventaja.
Nos dicen que es un asunto de drogas, una guerra de cárteles, pleito entre delincuentes que alcanza a personas que nada tienen que ver.
No pueden ser “daño colateral”, en este acto de barbarie, se siembra el terror a todos los que nos enteramos, a los vecinos del antro, a los que quedaron vivos, los familiares de los muertos y heridos.
A cuatro meses de miedo a los parientes y vecinos de los muertos y heridos de aquel viernes santo, sumamos más terror.
Terrorismo pues en este cálido sur de Veracruz, enclave morenista, donde al Fiscal no lo dejaron entrar a un evento de su competencia, donde ahora no da muestras de querer resolver los hechos.
Violencia con saña, con dedicatoria; violencia sutilmente administrada, perros rabiosos sueltos a propósito, cebados en la sangre humana, orgásmico placer de jalar el gatillo para escuchar los gritos de miedo y dolor.
Simples instrumentos de un interés superior de alguien escondido, agazapado en las sombras a la espera de salir a resolver el conflicto.
Para los hogares donde se velan los muertos, la incidencia no será a la baja, para quienes administran la violencia, se requiere de más muertes, más desaparecidas, más asaltos, más extorsiones, más terror, hasta que la culpa total recaiga sobre los rivales que les arrebataron el poder, hasta que el arrepentimiento llegue a los votantes que decidieron en su contra.
Castigo vil para una sociedad que todavía cree en la democracia.