Margarito Escudero Luis
La depresión es quizá la enfermedad indetectable, a veces ni siquiera quien la padece lo sabe.
Y todo empieza con esa sensación de soledad, de abandono. A pesar de estar rodeado de personas que alaban los talentos, que reconocen la valía, pareciera que eso no es suficiente.
Es como un vacío en el alma, es algo que no se puede comprender. Por eso ni quien padece este mal puede definirlo y tal vez por eso prefiere guardar silencio.
Entonces avanza peligrosamente a una meta que no se la espera, simplemente sus propios pensamientos lo llevan hasta ahí, en el límite de la paciencia, al borde de un abismo imposible de salvar.
Siempre hay señales, avisos que nadie recibe, desesperados llamados de atención, pero nadie los nota. Entonces se reafirma la soledad.
Y cuando se siente que ya no se es útil, que a nadie le hace falta, que nadie lo necesita, que nadie lo quiere, que no sirve para nada, viene el momento más difícil.
Ya comprobó que su presencia no es útil, que su ausencia nadie la notará, porque nadie respondió a sus llamados de auxilio, nadie notó su desesperada presencia.
El suicida piensa así, la depresión lo envuelve y le hace tener pensamientos catastróficos sobre su persona, el pesimismo es su forma de ver la vida, aunque por fuera parezca la persona más divertida, con la sonrisa a flor de labios.
Siempre es un “buena onda”, dispuesto a ayudar a quien necesite; a cambio espera que los demás hagan lo mismo y esa respuesta no llega, no en la medida como se espera.
En la orilla del precipicio hay una última esperanza, que alguien aparezca comprendiéndolo y reforzando su amor por la vida.
Parece imposible pero se han dado casos. Hay pocas personas que pueden contar su aventura ante el suicidio. Eso es lo bueno. Lo malo es que lo volverían a hacer, porque están enfermos, porque requieren atención y medicamento.
Desafortunadamente, hay llamados desde la propia mente, mensajes que ofrecen el fin del sufrimiento, una estancia mejor cuando se decida a pasar la última puerta y ante eso y sin ayuda apropiada, difícilmente se podrá salvar a alguien que padezca depresión.
Finalmente, al suicida no lo matan los malos tratos externos, los golpes, no. Simplemente es víctima de sí mismo, de su depresión.