Margarito Escudero Luis
Cuando Nelson Mandela ganó la elección presidencial en Sudáfrica, se le ponía fin al injusto régimen del apartheid; teóricamente la discriminación hacia los negros llegaba a su fin y las cosas cambiarían Hay anécdotas que cuentan que algunos personajes de aquella raza sometida, supusieron que ahora los blancos vivirían en las mismas condiciones de sometimiento y desprecio.
Pero esa no fue la idea de Mandela. El movimiento del libertador de Sudáfrica consistía en tener un país justo para todos, negros y blancos y todas las razas que pudieran vivir ahí. Por lo menos esa es la idea que nos han vendido de aquella gesta que cambió la historia Sudafricana.
Tal vez el prócer tuvo que pactar con la élite güera para evitar lo que pudo haber sido un baño de sangre ante los deseos de venganza de muchos ofendidos.
El caso es que Mandela tuvo que batallar para controlar los ánimos vengadores de su gente, convencerlos de convivir en paz entre todos no fue una tarea fácil, ni para negros ni para blancos y, seguramente hasta la fecha puedan existir intenciones racistas de ambos bandos, ya que los blancos tienen desde siempre la idea de que son superiores.
Mandela logró más o menos su objetivo, Sudáfrica vive en paz, negros y blancos en una misma nación con oportunidades para todos.
Esa es la idea. Todo el rollo anterior tiene sentido en México, pues en las campañas del actual presidente, habló de un país para todos, oportunidades para todos, pero primero los negros… ¡perdón! Primero los pobres. Sin embargo, algunos no están de acuerdo con esa tesis presidencial, los ataques están a la orden del día, con un claro proyecto de desestabilización, de llevar a la debacle al gobierno y al país para que aparezcan los salvadores de siempre.
Si Andrés Manuel López Obrador tomó algo del proyecto de Mandela, para que en este país pudiéramos convivir ricos y pobres, criollos e indígenas, morenos, negros y blancos, chilangos, jarochos, norteños, tecos, rarámuris, huicholes, tabasqueños, yucatecos y todo el gran mosaico que integra a nuestra nación, no puede hacer diferencias de tipo cultural.
Los rivales son políticos y deben ser tratados de esa forma, porque la guerra es por la pérdida de sus privilegios y porque no se les descubran las transas que hicieron durante su permanencia en el poder.
Deben ser acotados y encapsulados en el rubro de políticos y funcionarios, corruptos; pero no por el color de piel ni de la sangre, pues eso dividirá más a un país que en cada región sus habitantes se sientes diferentes.
Un discurso de unidad nacional nos vendría bien, encaminarnos al entendimiento de que el cambio de régimen es por el bien de todos, incluyendo a chairos y fifís, ricos y pobres, indígenas o no, empresarios y trabajadores.
México es de todos, no de un solo sector, no de los gringos y un discurso que ahonde las divisiones sólo traerá más problemas al gobierno.