Margarito Escudero Luis
Cuando se derrocó a la monarquía en la Francia del siglo XVIII, todo el poder del rey se partió en pedazos cuando la Asamblea Constituyente le quitó los bienes al clero.
El poder del rey siempre se apuntaló en la iglesia católica que, junto con el ejército, mantenían sometido al pueblo.
Pero, aquel poder de la monarquía (que según ellos, se lo había otorgado Dios), no lo iban a soltar tan fácilmente, pues luego de que Francia se convirtió en República, los que añoraban el reino, lograron su lugar en el Parlamento y se acomodaron del lado derecho, mientras que en el ala izquierda se situaron los representantes del pueblo.
Así nació la terminología que hoy se aplica para quienes tienen sus sueños principescos, que desde la época de Benito Juárez no han perdido la idea de traer extranjeros a gobernar el país.
En base a los principios monárquicos se fue desarrollando el capitalismo, siempre con el apoyo de reyes y príncipes, se patrocinaron invasiones en diversos territorios del planeta, expandiendo así el poder de los tronos europeos.
Recordemos la brutal época colonial, donde los monarcas europeos se erigieron como dueños del mundo con la cruz católica y la espada por delante.
El método les dio excelentes resultados y hasta la fecha continúan empleándolo para sojuzgar, dominar y explotar cualquier país del planeta que cuente con recursos naturales que les permitan incrementar sus ganancias; por lo tanto, el humanismo no es doctrina que les haga gracia.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el país más poderoso del mundo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) le hizo contrapeso durante una parte del siglo XX, mientras se desarrollaba la Guerra Fría.
Luego de la caída del Muro de Berlín, se marcó el fin de la Guerra Fría teniendo como ganador absoluto a los Estados Unidos de Norteamérica, país que se convirtió en el policía del mundo, el único que podía invadir cualquier país que tuviera petróleo.
Los gringos con su poder y libertinaje pervierten todo lo que tocan, han llenado al mundo de propaganda, vendiendo el sueño americano como la panacea para vivir bien; quieren exportar su modo de vida a todo el mundo y, poco a poco lo van logrando.
Los gringos consideran a América Latina como su traspatio, les molesta que la gente latina quiera vivir bien, en paz, armonía y económicamente estable.
Les molesta que los pueblos se organicen sin tomarlos en cuenta; les fastidia que los pueblos latinoamericanos consideren justo explotar sus propios recursos naturales para su desarrollo.
Cada vez que un pueblo avanza, los gringos tranquilamente echan a andar su maquinaria para quitarles ese avance. No van con prisa, pueden esperar generaciones. Así pasó con la Expropiación Petrolera, partieron en dos a Colombia para quedarse con el Canal de Panamá, bloquearon Cuba cuando se las quitó el pueblo, se adueñaron de Chile con un golpe de estado, no cejan en su intento por quedarse con el petróleo de Venezuela, ahora invaden Ecuador, Brasil y Bolivia.
El pecado de Bolivia no es que fueran gobernados por indígenas, el pecado es que no necesitaron de la “ayuda” del Tío Sam.
Desde México hasta la Patagonia se habla español, con excepción de Brasil, toda una nación que no ha podido unirse debido a la cizaña que siembran los gringos, porque hay latino americanos que se sienten gringos o europeos, como Piñera en Chile, Bolsonaro en Brasil, Salinas en México y ahora, Camacho en Bolivia.