Margarito Escudero Luis
Un inmenso dolor recorre América, el que deja la ausencia de los seres queridos, el que lacera los cuerpos de los jóvenes que buscan su lugar en el mundo. El dolor de los culatazos y de las balas de goma, el de los arrestos arbitrarios y los secuestros oficiales. Son gritos que llenan al planeta y no se escuchan entre los seres humanos devorados por el miedo.
Chile en medio de la brutal represión contra el pueblo que ya vivió bajo una bota militar y ahora sometido al garrote vil por no aceptar las medidas dictadas desde el extranjero. Bolivia dejando de caminar hacia el futuro, luego que apátridas traidores detuvieran el progreso para solaz extranjero, ante un pueblo levantándose, defendiendo su nueva forma de vida y sus logros populares.
Brasil perdiendo la soberanía de la Amazonia por las riquezas que oculta la selva y son de interés al extranjero. Ecuador en la misma situación, donde unos pocos con poder sucumben a la divisa extranjera, intentando obligar a sus ciudadanos a acatar la orden de vivir como quieren personas ajenas a su patria.
Haití sumido en el abandono, pueblo sin riquezas naturales, por lo que el ojo extranjero no tiene interés en “ayudar”. México lleno de cadáveres, metido en la inercia de una guerra contra un enemigo que resultó más poderoso que el mismo gobierno. Desaparecidos contándose por cientos, mujeres perdidas en un tráfico de personas, sin que haya un hilo de esperanza para las familias. Honduras exportando su miseria, permitiendo que su gente se convierta en pordiosera en tierras desconocidas, intentando alcanzar un sueño que no es de ellos, creyendo que fuera de su patria está la salvación.
Argentina esperanzada una vez más en un gobierno de apariencia diferente, con las garras extranjeras en el cuello y un orgullo gigante que la pone de pie. ¿Cuántas personas vivirán en los países mencionados? Millones de ciudadanos hablando el mismo idioma, separados por idiosincrasias diferentes y divididos por el interés extranjero. Así ha sido Latinoamérica por siglos.
Aquellos visionarios que soñaron con una América Latina unificada en un solo país, deben revolcarse en sus tumbas al ver cómo nos hemos dejado invadir, cómo hemos permitido que una falacia rija nuestras conductas, cómo pudimos creer que las cosas extranjeras serían mejores que lo nuestro. ¿Por qué dejamos que nos quitaran nuestra identidad? Nos hicieron suponer que seríamos como ellos y sólo vemos represión contra nuestra gente. Golpes, disparos, secuestros, asesinatos, desapariciones y lo peor, la amenaza de una iglesia inquisidora de un infierno para aquellos que no se sometan. Un fantasma recorre América, el fantasma del exterminio.