Parábola X
Plinio Soto Muerza
En el 2016 publiqué un breve artículo sobre la crisis eterna que nos acompaña. Con algunos ligeros cambios, me atrevo a ponerlo en circulación otra vez para fomentar la discusión y contribuir a clarificar algunas cuestiones que son importantes. Así que con su venía estimado lector, se los comparto.
En 1982 en su último informe de gobierno, José López Portillo anunciaba una acción de gobierno que pocos creían posible: la nacionalización de la banca mexicana, que otorgaba al Estado, el control del sistema financiero nacional. En ese momento, el enfrentamiento entre el gobierno y los sectores privados llegaba a su máximo nivel y se revelaba con toda su magnitud el fondo de la crisis económica que era ya imposible de ocultar. “Soy responsable del timón, pero no de la tormenta”, se justificaba el que también se autollamó, el “último presidente de la Revolución”.
El sexenio de López Portillo terminó en medio de una feroz crisis económica, que tuvo a punto de enviar al país a la moratoria frente a sus acreedores, situación que fue aprovechada por la generación de tecnócratas que arribaron al gobierno federal, y que rápidamente se pusieron a trabajar para devolver la banca al sector privado y empujaron al Estado a deshacerse de grandes empresas estatales, imponiendo el modelo neoliberal como remedio para salir de la crisis, la cual envío a miles a la pobreza de la noche a la mañana, volviéndola una cotidianidad para muchos años. En la radio de la época se podía escuchar a un grupo musical que hacia mofa de la situación: “quien pompo, quien pompo”, cantaba alegremente Chico Che y la crisis.
En un ambiente donde los productos se re-etiquetaban todos los días, los productos de la canasta básica entraban a dominios inalcanzables para grandes sectores de la población, y la inflación se desbordaba a cientos por cientos, la desconfianza a los políticos se acrecentaba. Sólo para recordar: un kilo de huevo en 1979, costaba alrededor de $1.35 pesos y en 1986, el precio era de $420 pesos.
La generación que en los años ochenta vivía su infancia, hoy como papás y mamás acude al mercado a comprar un kilo de huevo aproximadamente en $32 pesos, recordemos que ya no hay precio regulado y esta al libre mercado. Esa generación de niños y niñas ochenteros, que vio también como desaparecían tres ceros en nuestro sistema financiero hacia entrada su adolescencia a principios de los 90´s, han seguido escuchando hasta el cansancio la palabra crisis. Sólo para no dejar pasar la oportunidad, y en un ejercicio provocador, si los ceros no hubieran desaparecido, el costo del kilo de huevo sería de $32,000 pesos. Es decir, que la famosa y tan citada crisis nos llevó de $1.35 pesos el kilo de huevo en 1979 a $32,000 pesos en el 2020.
En términos concretos, si alguien tenía 7 años, y compraba un kilo de huevo en la tiendita de la esquina por órdenes de su mamá en $1.35 pesos, hoy acude a la misma tiendita a comprar un kilo de huevo, por 32 mil veces más.
Sin duda la palabra crisis ha hemos empleado tantas veces en nuestra cotidianidad, que hoy parece ya no representar nada. En la actualidad se gasta la palabra acompañándola de crisis alimentaria, crisis energética, crisis de seguridad, etc. Para colgarse una más, hoy se habla de una gran crisis sanitaria y de salud.
Para vastos sectores la crisis es endémica, están tan acostumbrados a ella, que los discursos para salir de ella no les atraen, no les convencen. Si en los ochentas la crisis significó la perdida de la confianza en un régimen y sus políticos, el nuevo siglo nos revela la dimensión de los estragos de la misma.
Entre los profesionales de la Protección Civil es común escuchar la advertencia de que es peligroso acostumbrarse al riesgo. Si una familia que habita en una ladera inestable, la cual nunca ha tenido un deslizamiento pero que tiene un alto riesgo de presentar en cualquier momento un movimiento de tierra que arrastre la vivienda y a sus moradores, al paso de los años se acostumbra al riesgo, dejará de importarle todas las medidas de protección que se le pueden brindar y que ella misma puede incorporar a su vida cotidiana. La adaptación al riesgo es un verdadero peligro en la perspectiva de la protección civil. Uno no puede acostumbrarse al riesgo, porque ello significa dejar al azar la propia vida, y si bien es cierto que no existe condición cero en el riesgo, también lo es la necesidad de tomar todas las medidas para reducir los niveles de riesgo. Así es en la condición de crisis.
La palabra crisis ha hemos empleado tantas veces en nuestra cotidianidad, que hoy parece ya no representar nada
Frente a la crisis, pareciera que nos hemos acostumbrado a ella, y que todas las medidas que se tomen para salir de ella son falacias y promesas vanas. Por ejemplo, la propia definición de la concepción de la democracia, que fue prometida como puerta de salida para la crisis, ha perdido atractivo y se ha extendido la condición de decepción democrática, la cual dicho sea de paso, es aprovechada por los sectores más conservadores que llaman al orden y a la mano dura para gobernar. La crisis, la eterna crisis mexicana, ha provocado un creciente desaliento democrático que sumado a la propia condición de pobreza de sectores y regiones específicas, es una rica mezcla para episodios “violentos”, como pudiera ser una regresión política si aquellos que pierden sus privilegios retornan.
En la sociedad organizada en los últimos años se ha fortalecido la convicción de la necesidad de buscar nuevas formas alternativas de participación, que se alejen de las tradicionales y que la prolongada crisis se ha encargado de neutralizar.
Ante ello, resulta imperioso observar cómo se van dando las redefiniciones de la participación de los ciudadanos. La eterna crisis mexicana que corre desde los 80´s tiene que acabar ya y ello implica dejar atrás ya no sólo el modelo de desarrollo neoliberal que ha prevalecido como dominante y que nunca ha traído lo que prometió, la superación de la crisis, sino que se requiere superar en los momentos actuales de crisis de salud, el propio modo de producción capitalista.
Con un gobierno que llegó con el respaldo mayoritario de un electorado sobreviviente de crisis “eternas”, en los próximos meses, deberemos ver un amplio y masivo movimiento social que tenga claro su puerto de llegada, y enfrente los riesgos de la costumbre de la eterna crisis.
No observar una lucha contra la crisis y por lo tanto contra la forma de reproducir sociedad, los resultados serían con tintes autoritarios que México no ha visto en su historia. La salida de la crisis no es administrándola, sino erradicando las causas originales que se localizan en la base económica del capitalismo mexicano. En ese sentido, toma sentido la demanda de la transformación radical del sistema político y del propio modelo económico.