Por Plinio Soto Muerza
Si uno se dedicara a enumerar un día cualquiera los mejores libros que se han dedicado al estudio del Poder y de la Política, simplemente no daría el tiempo para concluir tal tarea. Sin duda existen una serie de buenos textos sobre el tema, y saber cuál es mejor que otro no viene siendo tan sencillo: ¿Quién podría ser la voz autorizada para definir un top ten de los mejores libros del Poder? Cuáles serían los criterios de un buen libro de Política? Un buen comienzo son aquellas reseñas que desde las universidades se elaboran cotidianamente, y aun así hay complicaciones: un estudiante de Ciencia Política en la UNAM tendría unos libros que tal vez uno de la Ibero no consideraría, y al final entre los dos habría autores comunes y títulos que son parte de sus herencias académicas.
Ahora bien, dentro de la llamada “cultura común” del ciudadano que no asiste a un aula a reflexionar sobre estos temas, las cosas pueden enredarse al grado de consentir títulos y autores tan diversos y contradictorios. Una opinión generalizada en nuestro país es que la gente no lee, o al menos eso señalan las encuestas. En la encuesta anual de lectura del INEGI en 2020, que se conoce como Módulo sobre Lectura (Molec), el promedio de lectura de libros entre los mexicanos fue de 3.4 libros al año, que dicho sea de paso representó un ligero aumento en comparación con años anteriores. A pesar de ello, el panorama se complica para la democracia mexicana si se considera que los libros del Poder y de la Política no se encuentran precisamente entre los favoritos de los lectores: El Príncipe no compite contra Crepúsculo, los clásicos no son Best Seller, y Moro no tiene muchos seguidores entre los fans de las novelas distópicas que hoy pululan en las librerías.
La falta de lectura de libros que expliquen al Poder y describan la realidad de la Política, es parte de una extendida debilidad de la cultura democrática, que favorece el consentimiento de prácticas totalmente contrarias a los valores democráticos: respeto a las opiniones, tolerancia a las disidencias, justicia y de libertad para el pensamiento y la acción. Alejados de lecturas explicativas de la realidad, un vasto contingente de ciudadanos lectores respaldan que la calidad de la democracia mexicana sea como hoy la conocemos: limitada, cooptada, vendible, y sobre todo, insuficiente para el florecimiento de valores democráticos. Pero el problema no comienza ni concluye con niveles de lectura, el problema es mucho más serio: se trata del alejamiento de la gente de sus propios entornos y de sus posibilidades de transformación de sus cotidianidades, y leer nos ayuda a formar conciencias analíticas y críticas sobre el Poder y la Política, lo que nos puede permitir entender mejor los entorno sociales que hoy vivimos.
Por otro lado, tampoco son condenables las lecturas de algunos best seller, o de algunas obras que para algunos pretensiosos es pérdida de tiempo. No es del todo ocioso leer por ejemplo la historia de Bella Swan o de la chica del Sinsajo. Son textos que para una buena parte del público lector son atractivos y merece la pena ser comentados en las calles, café, encuentros y demás ritos juveniles. Al final, toda historia escrita, aún en ciencia ficción y futuristas, muestran elementos significativos del Poder y la Política, ya sea desde las entrañas de chicos vampiros y lobos que están en medio de una guerra, o bien desde la capital delirante de una sociedad distópica que ovaciona unos juegos donde los competidores encuentran la muerte como tributo a un Estado autoritario.
Toda lectura nos enseña algo del Poder y de la Política. El tema es como construir el puente que lleve a ese amplio público lector a textos clásicos de reflexión, que permita construir interpretaciones de sus realidades y sobre todo, actuar en ellas para transformarlas. Tal vez sea una arrogancia académica pretender que otros lean lo que a uno le gusta, y más aún lo que uno estudio. Sin embargo, el nivel de la calidad de la democracia, el caso de Veracruz es muy ilustrativo, nos obliga a concluir que no es del todo rechazable recomendar leer a los clásicos, y que tal tarea debe de inscribirse como pendiente. Buscar que los saltos de lectura de autores y títulos se produzcan en secuencia para las nuevas generaciones debe de sustentarse en políticas sencillas de invitación intergeneracional. De boca en boca pueden correrse buenos libros que fortalezcan esa necesaria cultura democrática que el país exige.
Hace tiempo un profesor, amigo mío, me contó una historia que me atemorizó. Siendo director de una pequeña escuela privada a nivel primaria y secundaria, donde el patio central no es más grande que un medio campo de volibol, se animó a cursar una segunda carrera y eligió Trabajo Social, en un esquema sabatino de clases presenciales, en la ciudad de Nogales. Todo iba bien hasta que una maestra, que por vergüenza ajena omito sus generales, encargó la lectura del Principe. A la clase siguiente y como mi viejo amigo es un lector consumado, asistió con la satisfacción del deber cumplido y con un par de notas a discutir sobre la Política, así que apenas iniciada la clase, levantó la mano para pedir la palabra y externar sus opiniones. Mucha sería su sorpresa al escuchar que la maestra le recriminaba que no había realizado la lectura correcta, que estaba confundiendo a sus compañeros con lecturas que no había encargado, y que el mentado Príncipe no había sido escrito por italiano alguno, sino por el francés Antoine de Saint Exupéry. Mi amigo sólo logró asistir con tristeza y guardó para mejores momentos el debate, que el ilustre florentino le había provocado. Cuando me contó la anécdota, se caía de risa y yo en lo personal no tuve más remedio que poner mi libro de Maquiavelo en mi mesa y abrirlo de nueva cuenta. La anécdota me sirve de telón para pensar que estas líneas con pretensiones de llegar a ser una columna, puede ser útil a más de uno.
Reseñar libros que hablen o que tengan como protagonistas al Poder y a la Política, es un reto que debe promoverse con buen ánimo y fuera de lógicas vetustas creadas artificiosamente en la vida académica en algunos espacios del saber. En ese sentido, iremos compartiendo un sin número de autores y títulos que contribuyan al fortalecimiento de la cultura democrática tan indispensable para un proyecto de nación y para mejores horizontes de vida. Sea pues el inicio de proceso grato de revisión bibliográfica desde tierras veracruzanas.
*Lic. En Ciencia Política y Administración Pública y Maestría en Estudios Políticos y Sociales, UNAM.