Por una Ciudad con Derechos.
Desde fines del siglo XX las ciudades en el mundo se fueron transformando vertiginosamente gracias a los avances tecnológicos, que facilitaron una cadena de cambios en sus imágenes urbanas e infraestructura, abriéndose amplias posibilidades de desarrollo digital. Sin embargo, también se acentúo la concentración de las desigualdades, como jamás en la historia de la humanidad. Para ya entrado el nuevo siglo, más de la población mundial vive hoy en ciudades, y los próximos años serán testigos de mayores crecimientos de las llamadas zonas metropolitanas, donde las principales ciudades están llamadas a ser campos de contradicciones sociales.
En México, el proceso de concentración en las grandes ciudades no ha dejado de crecer, y se observan múltiples zonas metropolitanas, que han consolidado sus desarrollos. En nuestro país, las mayores actividades económicas, financieras, industriales, culturales y políticas, se concentran en alguna zona metropolitana. Algunas de las grandes concentraciones urbanas literalmente se han engullido completamente comunidades y pueblos enteros. Por otro lado la vida urbana ha presentado nuevos fenómenos sociales, y se han puesto en entredicho modelos de desarrollo, como también se han provocado respuestas favorables a proyectos de participación social.
En el caso concreto de Orizaba, en los últimos años un falso debate se ha instalado en su discusión pública, agudizado por su incorporación al que fuera el programa federal de Pueblos Mágicos, impulsado por administraciones anteriores en el área de turismo, con el fin de contribuir al desarrollo de actividades de servicio: ser un pueblo o una ciudad es un falso debate instalado en su discusión pública.
En términos históricos, Orizaba dejó de ser una población considerada rural desde los años 40 del siglo XX, al quedar incorporada en el proyecto nacional como un importante centro urbano industrial. Hacia los años 60, Orizaba era considerada como una de las principales ciudades en México, por el número de su población, así también por las industrias instaladas en su territorio, lo que influyó para convertirse en un polo central de desarrollo en una extensa área de influencia. En Orizaba se instalaron sucursales bancarias, grandes tiendas de autoservicio, oficinas del gobierno federal y estatal, entre otras actividades comerciales y financieras, lo que permitió una fuerte circulación de capitales.
Un dato que vale la pena recordar y que describe la actividad económica que da cuenta de lo anterior, es la forma en que cobraban sus quincenas el magisterio que tenía su plaza en Rio Blanco, Nogales, Ixtaczoquitlán, y demás municipios que rodean a Orizaba. Para mediados de la década de los ochenta, los profesores si bien recibían sus cheques de pago correspondientes en las oficinas de gobierno instaladas en esos municipios, tenían que acudir a las sucursales bancarias en Orizaba para hacer efectivas sus quincenas. Enormes filas se hacían cada quince días en días de pago en la totalidad de los bancos.
Sin embargo, Orizaba sufrió el cruce de diferentes factores que hicieron perder influencia en el concierto de las ciudades más importantes del Estado y del país.
Al respecto, dos cuestiones nos pueden ayudar a comprender esta dinámica. Por un lado, la población en Orizaba ha mantenido un estancamiento de crecimiento, a diferencia del resto de las ciudades con las que se puede comparar. En el Censo de Población y Vivienda de 1990, Orizaba contaba con una población de 114,000 habitantes; en 2010 el censo daba cuenta de 120,995, mientras que el Censo del 2020 se reportaron 123,182. Hasta aquí diríamos que el crecimiento poblacional es bajo, pero y si tomamos en consideración los datos del Censo de 1980, y lo comparamos por ejemplo, con el municipio de Ixtaczoquitlán, el resultado amplia el panorama.
Hace 40 años, el municipio de Ixtaczoquitlán tenía, de acuerdo al INEGI, 32,279 habitantes, y para el 2020, el Censo registró 72,004. Es decir, que en el lapso de los últimos 40 años, la población de Orizaba tuvo creció apenas en 8,334 habitantes (6.76%), mientras Ixtaczoquitlán su población creció en 39,725 habitantes (55.17%).
Si revisamos el crecimiento poblacional de cada municipio que rodea a Orizaba, encontramos la misma relación, por lo que es un hecho que Orizaba perdió centralidad como polo de atracción de desarrollo. A nivel estatal, Orizaba dejó de estar entre los primeros 10 municipios más poblados.
El anterior antecedente ayuda a explicar en parte, el retroceso de Orizaba de la lista de las 50 ciudades más importantes del país, por su población y su atracción de desarrollo industrial, comercial y financiero. La pérdida de centralidad de Orizaba es la explicación del arropamiento del modelo turístico que se la ha orientado, con la invención, literal, de hechos y narraciones que más bien corresponden a una visión de desarrollo estilo Disney, es decir, como parque recreativo temático, donde la importante es la presentación de atracciones con pulcritud, sin importar que los trabajadores del parque ganen salarios raquíticos o no tengan seguridad social.
Orizaba por lo tanto enfrentó el dilema que le ocasionó la pérdida de protagonismo que tenían hace cincuenta años, que la colocaban entre una de las 50 ciudades más importantes, ya sea por su desarrollo comercial, financiero, industrial o simplemente poblacional, y en su lugar se dio el abrazamiento a un modelo de servicio turístico.
La incorporación de Orizaba al Programa Pueblos Mágicos, abrió todo una discusión en torno a la perspectiva de lo urbano, la apropiación territorial, y la riqueza cultural e histórica, pero también, y que sin que se haya podido lograr profundizar seriamente aún en el tema, sobre el impacto social, económico y político que implica promover el turismo como principal fuente de desarrollo. Y es precisamente en torno a este último punto en el cual debemos de centrar la atención para las próximas entregas de estas aportaciones.
De su conversión de una ciudad industrial, a un pueblo “mágico”, una anécdota me llamó la atención en una conversación con un vecino, oriundo del centro de Orizaba: “cuando iba a la primaria, y sucedió el sismo del 73, vivimos como se derrumbaron las viejas casonas, de tejados y amplias puertas de madera, y fueron lentamente reemplazadas por edificios sin un estilo arquitectónico definido, y que se nos presentaba como un símbolo de modernidad. Hoy nos recetan que somos un pueblo mágico, sólo porque pusieron el cableado subterráneo, pintaron las fachadas de las casas, con tejados y puertas incluidas, pero los ruidos de la ciudad y sus problemas, me siguen recordando que somos una ciudad que hace mucho alcanzó niveles de infraestructura urbana básica, gracias al empuje industrial que tuvo y que le dio a una clase obrera, beneficios que pocas ciudades alcanzaron. Hoy se ve bonita Orizaba, pero la vida urbana del centro da cuenta de una ciudad que cuenta con contradicciones sociales que no se han resuelto”.
En los próximos meses, habrá que presentarse en Orizaba una profundización del debate entre el modelo de servicio turístico, y aquel que pone el acento en el desarrollo hacia una ciudad de derechos plenos a sus habitantes, antes de que terminen de excluirlos e incluso expulsarlos, para dejar en pie, un pueblo fantasma como atracción turística.