Revelaciones
Margarito Escudero Luis
Hace algunos años, don Armando Fuentes Aguirre, el popular Catón, publicó en su conocida columna “De Políticas y Cosas Peores”, un aviso donde anunció que en una publicación posterior, daría a conocer cuál era el pecado inconfesable.
Así nos tuvo varios días, hasta que por fin pudimos saber cuál era aquel pecado.
Catón afirmó que el pecado inconfesable es la envidia.
Y no se trataba de que el pecador se avergonzara por su falta, sino que ni siquiera estuviera enterado que había vivido pecando.
Lo peor es es que el pecador sería la única persona en ignorar su situación, ya que el resto de quienes le rodearan, sabían a ciencia cierta lo envidioso que es.
Pero acá, humildemente me atrevo a asegurar que la envidia no es el único pecado inconfesable en esas mismas circunstancias.
Puedo asegurar que por lo menos hay otro pecado que el pecador no confiesa por ignorar que peca y, en la misma situación, el resto de sus cercanos saben de qué tamaño es su pecar.
Sin embargo, nadie de quienes rodean al pecador se atreve a decirles lo que ocurre y solamente lo comentan en cuchicheos y chismes de pasillo.
Así es también el pecado de la soberbia.
A estos pecadores se les puede acomodar en el mismo sitio de los cornudos y los pendejos que no saben que lo son, aunque el resto de la comunidad está perfectamente enterada.
Tal vez haya otros pecados capitales que no se puedan confesar porque lo ignoran sus pecadores, de mientras quise recordar al gran Catón en este día.