Parábola X
Por Plinio Soto Muerza
En cuanto a ciencia ficción, para algunos de la generación X y que hoy se les puede conocer como “chavos rucos”, el descubrimiento de los viajes a las estrellas fue gracias a las series de televisión o al cine, y fueron aprendiendo que los videos juegos y la robótica eran realidades cotidianas. En un mundo amenazado por una guerra nuclear, donde el “Un día después” aterraba al punto de la locura, Car Sagan reconfortaba abriendo las puertas a nuevas formas de divulgación y confianza en la ciencia. En un mundo con manías de autodestrucción masiva, la generación X aprendió que los problemas de la humanidad eran corregibles y el futuro no estaba del todo perdido, y tampoco era un destino inexorable donde se hicieran galletas de seres humanos.
Después y en medio de los ecos de la última guerra europea en los Balcanes, con sus campos de sufrimiento y venganzas étnicas, vendrían los milenial; una generación que creció con teléfonos celulares pegados a sus oídos, con innovadoras aplicaciones digitales en todos los sentidos de la vida social, con el mundo real de la internet y las profundidades de las redes sociales; una generación que escuchó de interminables guerras en regiones perdidas de África, pero que vio en directo la Guerra en el Golfo Pérsico, y se acostumbró a ver desangrar a Libia, a Siria; es la generación que vivió la historia de las Torres Gemelas, y supo de la justificación inmoral de los ataques preventivos y la tesis de la seguridad nacional ante la amenaza terrorista global. Esta generación aprendió que el mundo se separaba del pasado y el futuro se descubría cada vez más incierto.
Hoy vive una nueva generación que se descubre con la globalidad de la economía y la instantaneidad de los hechos sociales, donde cualquier murmullo en cualquier parte repercute a velocidad del sonido en el otro extremo del planeta. La generación Z comparte su momento con la realidad virtual, mientras la viabilidad de sus proyectos se topa con el calentamiento global y toda clase de problemas ecológicos en desiertos, selvas, bosques y tundras. Una generación que siente ver realidad una “matriz” invisible en sus relaciones humanas, y donde la fama se gana con pequeños destellos de talento en canales digitales, donde los mensajes no terminan de concluir y nada tiene asidero para el mañana. El futuro ya no existe para muchos, solo importa en instante, el hoy es solo un mensaje en una red social.
Y precisamente el hoy nos revienta con una pesadilla extraída de una narrativa de cine, en la cual los seres humanos nos enfrentamos a una forma de vida que nos pone a reflexionar sobre la viabilidad de nuestro paso por la tierra. El virus que hoy conocemos como Covid-19, nos ha llevado a una etapa en la historia que conoceremos como el primer confinamiento global, de la cual no podemos regresar a ser los mismos.
La crisis de hoy en la sanidad mundial tiene ya repercusiones directas en la economía global, en las relaciones sociales, en la política y se refleja en la ética de los responsables de cuidar a los enfermos por el Covid-19.
A partir de diciembre del 2019 en historia de la humanidad ya nada será igual, y la marcha de los procesos sociales llevará un largo rato el factor del virus, con la pandemia declarada. Todo gobierno tendrá sus gabinetes de crisis, sus médicos más afamados, sus científicos más decididos, para poder aclarar rutas críticas que les permitan tomar las mejores decisiones antes de que se destrocen sus economías y sus estructuras de respuestas cedan ante la gravedad de la situación.
Vivimos el tiempo de la globalidad del Covid-19 que pone en entredicho todos los discursos pomposos de desarrollo y crecimiento. La pandemia llega justo en el momento cuando se desarrollaban grandes movilizaciones sociales por todos los rincones del planeta y se exigía un alto a un modelo de producción basado en la desigualdad económica y la rapaz explotación de los recursos naturales, que desnudaba la falta de viabilidad al futuro del propio modelo: la rapaz destrucción de la naturaleza nos cancelaba cualquier futuro.
A la crisis ecológica, política, social, económica, se le sumó en esta pesadilla, la crisis sanitaria y el nuevo virus nos puso en el lugar más vulnerable a los seres humanos. A las generaciones que coexistimos en el diario vivir, la crisis derivada del Covid-19 nos ha sorprendido y nos ha tomado mientras leíamos mensajes instantáneos en los dispositivos más avanzados y nos reíamos con las últimas tendencias digitales convertidas en memes. Sin querer darnos cuenta, el futuro nos reventó en las narices y el hoy se vive en confinamiento obligado, o voluntario, según sea el caso y el país.
Para colmo de males, nos vamos enterando de la proliferación de visiones apocalípticas, desde las sectas más disparatadas hasta los jefes de nación que ante su incapacidad de respuesta en crisis recurren a las visiones divinas para enfrentar la crisis. Por ello la necesidad de mayores niveles de reflexión y análisis del momento, del propio futuro y nuestro proyecto como especie.
Lo que hoy vivimos no es menor en nuestro registro de la historia. El momento de hacer un alto en el camino y pensar de nueva cuenta un futuro, que nos aloje a todos en nuestro planeta azul. Es momento de pensarnos como vecinos, como familia, como trabajadores, como personas. El futuro que ayer nos pintaban en las películas ya no existe, ahora es momento de reconfigurar el presente que nos haga futuro. En ello, cada generación debe de brindar su aportación, los errores y los aciertos, loa anhelos y las pesadillas a evitar. El hoy que nos revienta es convertirlo en hilo conductor para transportar nuevos sueños; al futuro que fue ayer, debemos de reemplazarlo con otro nuevo que empieza hoy, entre la pandemia que nos agobia y aterra.