Preston Estep, científico jefe y cofundador de RaDVaC, tomaba una dosis de la octava iteración de su vacuna, el 19 de agosto de 2020.Credit…Kayana Szymczak para The New York Times

 Heather Murphy

En abril, más de tres meses antes de que cualquiera de las vacunas contra el coronavirus iniciara la etapa de estudios clínicos amplios, el alcalde de una ciudad ubicada en una pintoresca isla del noroeste del Pacífico le pidió a un amigo microbiólogo que lo vacunara.

La conversación ocurrió en la página de Facebook del alcalde, para horror de varios residentes del lugar, Friday Harbor (en el estado de Washington), que la seguían.

“¿¿¿¿Quieres que vaya para que empecemos con tu vacuna????”, escribió Johnny Stine, quien dirige North Coast Biologics, una empresa biotecnológica de Seattle dedicada al estudio de anticuerpos. “No te preocupes, soy inmune. Me he aplicado cinco veces mi vacuna”.

“Suena bien”, escribió Farhad Ghatan, el alcalde, después de hacer algunas preguntas más.

Varios residentes expresaron su escepticismo durante el intercambio. El alcalde rebatió todos los argumentos y defendió a su amigo de 25 años, diciendo que es “un científico farmacéutico de primera línea”. Cuando los residentes expresaron otras inquietudes, tanto sobre la preparación del investigador como acerca de la injusticia de alentarlo a visitar la isla de San Juan, a pesar de las restricciones impuestas a los viajes, Stine respondió con insultos vulgares (el más “geek” y menos soez era: “Espero que las células epiteliales de tus pulmones produzcan más receptores ACE2 para que mueras de manera más expedita de nCoV19”).

Si los científicos tienen las habilidades y el coraje para desarrollar una vacuna, la lógica dice que deberían hacerlo.

Varios residentes reportaron el incidente a distintas agencias policiacas y de regulación. En junio, el fiscal general de Washington promovió un juicio contra Stine no solo por hacer afirmaciones sin fundamento para convencer al alcalde, sino también por administrarles a alrededor de 30 personas su vacuna, que no ha sido probada, y cobrarle 400 dólares a cada una. En mayo, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) le envió una carta a Stine en la que le advertía que dejara de hacer declaraciones “engañosas” sobre su producto.

Aunque sus tácticas de promoción sí eran inusuales, Stine no era el único caso de un científico que se dedicó a crear una vacuna experimental contra el coronavirus para sí mismo, su familia, amigos y otras personas interesadas. En todo el mundo, decenas de científicos lo han hecho con métodos, afiliaciones y afirmaciones muy variadas.

La iniciativa que resalta por las impresionantes credenciales de sus participantes es Rapid Deployment Vaccine Collaborative, o RaDVaC, que tiene un listado de 23 colaboradores entre los que está el famoso genetista de Harvard George Church. (Sin embargo, la investigación no se realiza en el campus de Harvard. “Aunque el laboratorio del profesor Church trabaja en varios proyectos de investigación relacionados con la COVID-19, le ha dicho a la facultad de Medicina de Harvard que el trabajo relacionado con la vacuna de RaDVaC no se realiza en su laboratorio”, señaló una vocera de la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard).

“Prefiero tener la oportunidad de contar con cierta protección en lugar de no tener ningún tipo de protección”, dijo Farhad Ghatan, alcalde de Friday Harbor, Washington, quien le pidió a su amigo Johnny Stine que lo vacunara.Credit…Jovelle Tamayo para The New York Times 

Entre los proyectos más confidenciales está CoroNope, que se niega a nombrar a los involucrados porque, según la persona que respondió a los mensajes enviados a la cuenta de correo electrónico anónima del grupo, “menos de media docena” de los biólogos participantes no quieren arriesgarse a tener problemas con la FDA o con sus empleadores.

Cada uno de estos esfuerzos individuales está motivado, al menos en parte, por la misma idea: los tiempos excepcionales exigen medidas excepcionales. Si los científicos tienen las habilidades y el coraje para desarrollar una vacuna, la lógica dice que deberían hacerlo. Los defensores dicen que mientras sean comedidos con sus afirmaciones, y transparentes sobre sus procesos, todos podríamos beneficiarnos de lo que aprendan.

Pero los críticos afirman que, aunque sus intenciones sean muy buenas, no es probable que estos científicos hagan un descubrimiento útil porque sus vacunas no se someten a la verdadera prueba de los estudios aleatorios ni tienen controles con placebos. Peor aún, estas vacunas podrían causarles distintos tipos de daños a las personas, desde acciones inmunitarias severas y otros efectos secundarios hasta hacer que se sientan protegidas, sin que eso sea así.

“Póntela y nadie va a poder hacer mucho al respecto”, opinó Jeffrey Kahn, director del Instituto de Bioética Johns Hopkins Berman. Pero si alientas a otros para que se inyecten una vacuna que no ha sido probada, “volvemos a la época de las medicinas de patente y el curanderismo”, comentó, en referencia a los años en que era común la venta de remedios que hacían promesas sensacionales pero engañosas.

Por STAFF